Cuento de Navidad El primer espíritu
CUENTO DE NAVIDAD
2 – El primero de los tres espíritus
Cuando Scrooge despertó, había tanta obscuridad que, al mirar desde la cama. apenas podía distinguir la transparente ventana de las opacas paredes del dormitorio. Hallábase haciendo esfuerzos para atravesar la obscuridad con sus ojos de hurón. cuando el. reloj de la iglesia vecina dio cuatro campanadas que significaban otros tantos cuartos. Entonces escuchó para saber la hora.
Con gran admiración suya, la pesada campana pasó de seis campanadas a siete. y de siete a ocho y así sucesivamente. hasta doce; y se detuvo. ¡Las doce! Eran más de las dos cuando se acostó. El reloj andaba mal. Algún pedazo de hielo debía haberse introducido en la máquina. ¡Las doce!
Tocó el resorte de su reloj de repetición para rectificar aquella hora equivocada. Su rápida pulsación sonó doce veces, y se detuvo.
-¡Vaya -dijo Scrooge-, no es posible que yo haya dormido un día entero y aun parte de otra noche! A no ser que haya ocurrido algo al sol y que a las doce de la noche sean las doce del día.
Como la idea era alarmante. se arrojó del lecho y a tientas dirigióse a la ventana. Tuvo necesidad de frotar el vidrio con la manga de la bata para quitar la escarcha y conseguir ver algo, aunque pudo ver muy poco. Todo lo que pudo distinguir fue que aun había espesísima niebla, que hacía un frío exagerado y que no se percibía el ruido de la gente yendo y viniendo en continua agitación, como si la noche, ahuyentando al luciente día, se hubiera posesionado del mundo. Esto fue para él gran alivio, porque si todo era noche, ¿qué valor tenían las palabras: “A tres días vista esta primera de cambio, pagaréis a Mr. Ebenezer Scrooge o a su orden”, etc., puesto que no había días que contar?
Scrooge se acostó de nuevo, y pensó, y pensó, y pensó en ello repetidamente, y no pudo sacar nada en limpio. Cuanto más pensaba, sentíase más perplejo: y cuanto más se esforzaba para no pensar, más pensaba.
El Espectro de Marley le molestaba de modo extraordinario. Cuantas veces intentaba convencerse, después de reflexionar, de que todo era un sueño, su imaginación volvía, como un resorte que se deja de oprimir, a su primera posición. y le presentaba el mismo problema que resolver: ¿era un sueño o no?
Permaneció Scrooge en este estado hasta que la campana dio tres cuartos; y entonces recordó, estremeciéndose, que el Espectro le había anunciado una visita para cuando la campana diese la una. Determinó estar despierto hasta que pasara la hora: y considerando que le era más difícil dormir que alcanzar el cielo, quizás era ésta la más prudente determinación que podía tomar.
Los quince minutos eran tan largos, que más de una vez pensó que se había adormecido sin darse cuenta y por ello no había oído el reloj. Por fin resonó en su atento oído.
¡Tin, tan!
-Y cuarto -dijo Scrooge, contando. ¡Tin, tan!
-Y media -dijo Scrooge. ¡Tin, tan!
-Menos cuarto -dijo Scrooge. ¡Tin, tan! .
-¡La hora señalada -dijo Scrooge, triunfalmente- y sin novedad!
Habló antes de que sonase la campana de las horas, lo cual hizo dando una profunda, pesada, hueca,. melancólica. La luz inundó el dormitorio al instante y se descorrieron las cortinas del lecho.
Fueron descorridas las cortinas del lecho, os digo, por una mano invisible. No las cortinas que tenía a los pies ni las cortinas que tenía a la espalda, sino las que tenía delante de la cara. Las cortinas del lecho se descorrieron, y Scrooge, sobresaltándose, medio se incorporó y hallóse frente a frente del sobrenatural visitante al que daban paso: tan cerca de él como yo lo estoy de vosotros, y yo me encuentro espiritualmente junto a vuestro codo.
Era una figura extraña…, como un niño; aunque, más que un niño, parecía un anciano, visto a través de un medio sobrenatural, que le daba la apariencia de haberse alejado de la vista y disminuido hasta las proporciones de un niño. Su cabello, que le colgaba alrededor del cuello y por la espalda, era blanco como el de los ancianos: pero la cara no tenía ni una arruga, y la piel era delicadísima. Los brazos eran muy largos y musculosos, y lo mismo las manos, como si fueran extraordinariamente fuertes. Las piernas y los pies. que eran perfectos, los llevaba desnudos, como los miembros superiores. Vestía una túnica del blanco más puro y le ceñía la cintura una luciente faja de hermoso brillo. Empuñaba una rama fresca de verde acebo y, contrastando singularmente con este emblema del invierno, llevaba el vestido salpicado de flores estivales. Pero lo más extraño de él era que de lo alto de su cabeza brotaba un surtidor de brillante luz clara, que todo lo hacía visible; y para ciertos momentos en que no fuese oportuno hacer uso de él, llevaba un gran apagador en forma de gorro, que entonces tenía bajo el brazo.
Y aun esto no le pareció a Scrooge, al mirarle con creciente curiosidad, su cualidad más extraña, sino que su cinturón brillaba lanzando destellos tan pronto en una parte como en otra. y lo que un instante era luz, se hacía de pronto obscuridad, y así la figura misma fluctuaba en su claridad, siendo ora una cosa con un brazo, ora con una pierna, ora con veinte piernas, ora dos piernas sin cabeza, ora una cabeza sin cuerpo, y de las partes que se desvanecían, ningún perfil podía distinguirse en medio de la densa obscuridad en que se fundían, y después de tal maravilla, volvía a ser él mismo, con toda la claridad anterior.
-¿Sois, señor, el Espíritu cuya venida me han predicho? -preguntó Scrooge.
-Lo soy.
La voz era suave y dulce, pero extraordinariamente baja, como si en vez de estar tan cerca de él, se hallase a gran distancia.
-¿Quién sois, pues?
-Soy el Espectro de la Navidad Pasada. -¿Pasada hace mucho? -inquirió Scrooge, al observar su estatura de enano.
-No. La que acabáis de pasar.
Quizás Scrooge no habría podido decir por qué, si alguien hubiera podido preguntarle, pero sintió un deseo especial de ver al Espíritu con el gorro, y le suplicó que se cubriese.
-¡Cómo! -exclamó el Espectro-. ¿Tan pronto queréis apagar. con manos humanas, la luz que doy?. ¿No es bastante que seáis uno de aquellos cuyas pasiones hacen este gorro y que me obligan, a través de años y años, sin interrupción, a llevarlo sobre mi frente?
Scrooge negó respetuosamente toda intención de ofender y dijo que no tenía conocimiento de haber, a sabiendas, contribuido a confeccionar el sombrero del Espíritu en ninguna época de su vida. Después se atrevió a preguntar qué asunto le traía.
-Vuestro bienestar -dijo el Espectro.
Scrooge mostróse muy agradecido, pero no pudo menos de pensar que una noche de continuado reposo habría sido más conducente a aquel fin. El Espíritu debió de oír su pensamiento, porque inmediatamente dijo:
-Reclamáis, pues. ¡Preparaos!
Y al hablar extendió su potente mano y le cogió nuevamente por el brazo. .
-Levantaos y venid conmigo.
Habría sido inútil para Scrooge. hacerle ver que el tiempo y la hora no eran a propósito para pasear a pie; que el lecho estaba caliente y el termómetro marcaba muchos grados bajo cero; que estaba muy ligeramente vestido con las zapatillas, la bata y el gorro de dormir, y que padecía un resfriado. El puño, aunque suave como una mano femenina, no se podía resistir. Se levantó, pero advirtiendo que el Espíritu se dirigía hacia la ventana, le asió de la vestidura suplicándole:
-Soy mortal y puedo caerme.
-Os tocaré con mi mano aquí -dijo el Espíritu, poniéndosela sobre el corazón- y podréis sosteneros.
Al pronunciar tales palabras, pasaron a través del: muro y se encontraron en un amplio camino, con campos a un lado y a otro. La ciudad habíase desvanecido por completo. La obscuridad y la bruma se habían desvanecido con ella, pues hacía un claro y frío día de invierno y el suelo se hallaba cubierto de nieve.
-¡Dios mío! -dijo Scrooge, cruzando las manos y mirando a su alrededor-. En este sitio me crié. Aquí transcurrió mi infancia.
El Espíritu le miró con benevolencia. Su dulce tacto, aunque había sido leve e instantáneo, se hacía sentir todavía en la sensibilidad del anciano. Notaba que mil aromas que flotaban en el aire guardaban relación con mil pensamientos, y esperanzas, y alegrías, y cuidados, por espacio de mucho, mucho tiempo olvidados.
-Os tiemblan los labios -dijo el Espectro-. ¿Y qué es eso que tenéis en la mejilla?
Scrooge balbuceó, con inusitado desfallecimiento en la voz, que era un grano, y dijo al Espectro que lo condujese donde quisiera.
-¿Recordáis el camino? -preguntó el Espíritu. -¿Recordarlo? -gritó Scrooge, con vehemencia-. Lo recorrería con los ojos cerrados.
-Es extraño que no lo hayáis olvidado durante tantos años -hizo observar el Espectro-. Sigamos adelante.
. Siguieron a lo largo del camino. Scrooge reconocía las entradas de las casas, los postes, los árboles, hasta el pueblecito, que aparecía a lo lejos, con su puente, su iglesia y su ondulante río. Veíanse algunos afelpados caballitos que trotaban montados por muchachos, quienes llamaban a otros chiquillos que iban en tílburis y en carros del país, guiados por agricultores. Todos aquellos muchachos iban muy alegres y se aclamaban mutuamente, hasta que los campos estuvieron tan llenos de armonioso júbilo, que el aire reía al oírlo.
-No son más que sombras de las cosas pasadas-dijo el Espectro-. No se dan cuenta de nosotros. Los alegres viajeros se acercaban, y conforme fueron llegando, Scrooge los conocía y nombraba a cada uno. ¿Por qué se alegró extraordinariamente al verlos? ¿Por qué sus fríos ojos resplandecieron y su corazón brincó al verlos pasar? ¿Por qué se sintió lleno de alegría cuando los oyó desearse mutuamente felices Pascuas al separarse en los atajos y en los cruces, para marchar a sus respectivas casas? ¿Qué era la Navidad para Scrooge? !Nada de Navidad! ¿Qué bien le había hecho a él?
-La escuela no está completamente desierta -dijo el Espectro-. Queda en ella todavía un niño solitario, abandonado por sus amigos.
Scrooge dijo que le conocía. Y sollozó.
Dejaron el camino real, entrando en una conocida calleja, y pronto llegaron a una casa de toscos ladrillos rojos, con una cupulita coronada por una veleta, y de cuyo tejado colgaba una campana. Era una casa amplia, pero venida a menos, pues las. espaciosas dependencias se usaban poco, sus paredes estaban húmedas y mohosas, sus ventanas rotas y sus puertas podridas. Las gallinas cloqueaban y se pavoneaban en las cuadras y las cocheras, y los cobertizos se hallaban asolados por las hierbas. Ni había en el interior más huellas de su antiguo estado; pues, al entrar en el sombrío zaguán, y al mirar a través de las francas puertas de muchas habitaciones, se las veía pobremente amuebladas, frías y solitarias. Había en el aire un sabor terroso, una heladora desnudez, que hacía pensar que los que habitaban aquel lugar se levantaban antes de romper el día y no tenían qué comer.
Atravesaron el Espectro y Scrooge la sala y dirigiéronse a una puerta de la parte trasera de la casa. Mostrábase abierta ante ellos y descubría una habitación larga; desnuda y melancólica, a cuya desnudez contribuían hileras de bancos y mesas, en una de las cuales se hallaba un niño solitario, leyendo cerca de un poco de lumbre: Scrooge se sentó en un banco y lloró al verse retratado en aquel niño, olvidado, abandonado, como acostumbró a verse en su infancia.
Ni un eco latente en la casa, ni un chillido o un rumor de pelea entre los ratones detrás del entrepaño, ni la caída de una gota de agua de la medio deshelada cañería, ni un suspiro entre las ramas sin hojas de un álamo mustio, ni la ociosa oscilación de la puerta de un almacén vacío, ni un chasquido de la lumbre, que al caer sobre el corazón de Scrooge con suavizadora influencia, dieran libre paso a sus lágrimas.
El Espíritu le tocó en un brazo y señaló hacia su imagen infantil atenta a la lectura. De repente apareció en la ventana, por la parte de afuera, un hombre vestido con traje extranjero, al que se distinguía con admirable exactitud; llevaba un hacha en el cinto y conducía del ronzal un asno cargado de leña.
-¡Sí es Alí Babá! —exclamó Scrooge, extasiado-. ¡Es mi querido Alí Babá! Sí, sí, le conozco. Una vez, por Navidad, cuando todos abandonaron al solitario niño, él vino por primera vez. exactamente como ahora le vemos. ¡Pobre muchacho! Y Valentín -continuó Scrooge-, y su hermano Orson, ¡ahí van! ¿Y cómo se llama aquel a quien dejaron dormido, casi desnudo, a la puerta de Damasco? ¿No le veis? Y el paje del Sultán. a quien el Genio hace dar vueltas en el aire. ¡Ahora está cabeza abajó! ¡Muy bien! ¡Dadle lo que merece! ¡Me alegro! ¿Qué necesidad tenía de casarse con la princesa?
Verdaderamente, habría producido sorpresa a sus amigos de la Cíty oír a Scrooge dedicar toda la solicitud de su naturaleza a aquellos recuerdos, en una voz de lo más extraordinario, entre risas y gritos. y ver su rostro alegre y animado.
– Ahí está el Loro! -gritó-. Verde el cuerpo y la cola amarilla, con una cosa como una lechuga en la parte superior de la cabeza; ahí está. “Pobre Robinsón Crusoe”, le decía cuando volvió a su casa, después de navegar alrededor de la isla. “Pobre Robinsón Crusoe, ¿dónde habéis estado, Robinsón Crusoe?”. El hombre creía soñar, pero no soñaba. Era el Loro, ya lo sabéis. Por ahí va Viernes, corriendo hacía la ensenada para salvar la vida. ¡Hala, hala!
Después, con una rapidez de transición muy extraña en su carácter habitual, dijo lleno de piedad por la imagen de sí mismo: “¡Pobre muchacho!”, y volvió a llorar.
-Quisiera… -murmuró, llevándose la mano al bolsillo y mirando a su alrededor, después de enjugarse los ojos con la manga-; pero es demasiado tarde.
-¿De qué se trata? -preguntó el Espíritu. -De nada -dijo Scrooge-. De nada. Había a mi puerta. la noche última. un muchacho cantando una canción de Navidad. y me agradaría haberle dado alguna cosa: eso es todo.
El Espectro sonrió pensativamente y ,agitó una mano, al mismo tiempo que decía:
-Veamos otra Navidad.
A estas palabras, la figura infantil de Scrooge creció y la habitación se hizo algo más obscura y más sucia. Se contrajeron los entrepaños, se agrietaron las ventanas, desprendiéronse del techo fragmentos de yeso y en su lugar aparecieron las vigas desnudas; pero Scrooge no supo acerca de cómo ocurrió todo esto más de lo que vosotros sabéis. Solamente supo que todo había ocurrido así, sin violencia, que él se hallaba allí, otra vez solitario, pues todos los demás muchachos habíanse marchado a sus casas para celebrar aquellos alegres días de fiesta.
Ahora no estaba leyendo. sino paseando arriba y abajo desesperadamente. Scrooge miró al Espectro y, moviendo tristemente la cabeza, lanzó una ojeada ansiosa hacia la puerta.
Esta se abrió, y una niña pequeña. mucho más joven que el muchacho, precipitóse dentro y, rodeándole el cuello con los brazos y besándole repetidas veces, se dirigió a él llamándole “hermano querido”.
-He venido para llevarte a casa, hermano querido -dijo la niña, palmoteando e inclinándose a fuerza de reír-, ¡Para llevarte a casa, a casa, a casa!
-¿A casa, pequeña? -replicó el muchacho. -¡Sí! -dijo la niña, rebosando alegría-. A casa, para que estés con nosotros siempre, siempre. Papá es mucho más cariñoso que nunca y nuestra casa se parece al cielo. Me habló tan dulcemente una noche cuando iba a acostarme, que no tuve miedo de pedirle una vez más que te permitiera volver a casa: me dijo que sí y me envió en un coche a buscarte. Tú serás un hombre -dijo la niña, abriendo mucho los ojos- y nunca volverás aquí; por lo pronto, vamos a estar juntos todos los días de Navidad y a pasar las horas más alegres del mundo.
-Eres ya una mujer, pequeña Fanny –exclamó el muchacho.
Palmoteó ella y se echó a reír, tratando de acariciarle la cabeza: pero como era muy pequeña y no alcanzaba, echóse a reír de nuevo y le abrazó; poníéndose en las puntas de los pies. Luego empezó a tirar de él, con afán ínfantil, hacía la puerta; y él, nada disgustado por ello, la acompañaba.
Una voz terrible gritó en el vestíbulo: “¡Bajad el baúl de master Scrooge'” y apareció el maestro de escuela, que miró ferozmente a Scrooge, con mirada de condescendencia, y le atontó a1 sacudirle por las manos. Luego los llevó a él y a su hermana a una escalofriante habitación que parecía un pozo. donde los mapas colgados de la pared y los globos celestes y terrestres, colocados en las ventanas, parecían cubiertos de cera, a causa del frío. Una vez allí, sacó una garrafa de vino que brillaba extrañamente y un trozo de macizó pastel y repartió estas golosinas entre los pequeños, al mismo tiempo que enviaba a un flaco criado a ofrecer un vaso de “algó”‘ al postillón, quien le respondió que se lo agradecía al caballero, pero que sí era del mismo barril que había bebido antes, prefería no beberlo. Como el baúl de master Scrooge estaba ya colocado en la parte más alta del coche, los niños se despidieron amablemente del maestro y, subiendo al coche, atravesaron alegremente el jardín: las ágiles ruedas despedían la escarcha y la nieve que llenaban las obscuras hojas de las siemprevivas.
-Siempre fue una criatura delicada, a quien el simple aliento puede marchitar -dijo el Espectro-; pero tenía un gran corazón.
-Sí que lo tenía -gritó Scrooge-. Tenéis razón. No se puede negar, Espíritu. ¡Dios me libre! -Murió siendo mujer -dijo el Espectro- y creo que tuvo hijos.
-Un niño -replicó Scrooge.
–Cierto -dijo el Espectro-. i Vuestro sobrino! Scrooge parecía intranquilo, y contestó brevemente:
-Sí. Aunque en aquel momento acababan de dejar la escuela tras sí. hallábanse entonces en las concurridas calles de una ciudad, donde fantásticos transeúntes iban y venían, donde fantásticos carros y coches pasaban por el camino y donde había todo el movimiento y todo el tumulto de una ciudad verdadera. Se comprendía perfectamente, por el aspecto de las tiendas, que otra vez era la época de Navidad:. pero era de noche y las calles estaban alumbradas.
El Espectro se detuvo a la puerta de Cierto almacén y preguntó a Scrooge si lo conocía. -¡Conocerlo! —contestó el aludido-. Aquí fui aprendiz.
Entraron. A la vista de un anciano con una peluca de las usadas en el país de Gales. sentado tras un pupitre tan alto que si el caballero hubiera tenido dos pulgadas más de estatura habría tropezado con la cabeza en el techo. Scrooge gritó excitadísimo:
-¡Si es el anciano Fezziwig! ¡Bendito sea Dios! ¡Es Fezziwig, vuelto a la vida!
El anciano Fezziwig dejó la pluma y miró el reloj, que marcaba las siete. Se frotó las manos, se ajustó el amplio chaleco, echóse a reír francamente, recorriéndole la risa todo el cuerpo, y gritó con una voz agradable, suave, y jovial:
-¡Ebenezer! ¡Dick!
La imagen de Scrooge, que ya era un hombre joven; entró alegremente acompañada por la de otro aprendiz.
-¡Dick Wilkins, no hay duda! -dijo Scrooge al Espectro-. Sí, es él. Me tenía verdadero afecto. ¡Pobre Díck! ¡Cuánto le quería yo!
-¡Vamos, muchachos! -dijo Fezziwig-. No se trabaja más esta noche. Es Nochebuena, Dick. Es Nochebuena. Ebenezer. Cerremos la tienda –gritó el anciano, dando una palmada.
No podéis imaginar cómo lo hicieron aquellos dos muchachos. Salieron a la calle cargados con las puertas -una, dos tres-, las colocaron en su sitio cuatro, cinco, seis-, pusieron las barras y las sujetaron -siete, ocho, nueve -y volvieron antes de que pudierais contar hasta doce, jadeantes, como caballos de carreras.
-¡A ver! -gritó el anciano, saltando del elevado pupitre, con admirable agilidad-. ¡A retirar todo, muchachos, para dejar libre la habitación! ¡Vamos, Dick! ¡Vamos, Ebenezer!
¡Retirar todo! Nada había que no quisieran retirar, ni nada que no pudiesen, bajo la mirada del anciano. Todo se hizo en un minuto. Todos los muebles desaparecieron como si fuesen retirados de la vida pública para siempre: se barrió y se regó el piso, encendiéronse las lámparas, amontonóse e1 combustible sobre el fuego, y el almacén se convirtió en un salón de baile cómodo, y caliente, y seco, y brillante, que desearíais ver en una noche de invierno.
Entró un violinista con un cuaderno de música y, encaramándose sobre el alto pupitre, hizo de él una orquesta y empezó a rascar el violín. Entró la señora Fezziwig, toda sonrisas. Entraron las tres señoritas Fezziwig, radiantes y adorables: Entraron los seis jóvenes cuyos corazones sufrían por ellas. Entraron todos los muchachos y muchachas empleados en la casa. Entró la doncella, con su primo el panadero. Entró la cocinera, con el lechero, particular amigo de su hermano. Entró el muchacho de al lado, de quien se sospechaba que su amo no le daba de comer lo suficiente, y que trataba de esconderse de las muchachas, menos de una a quien su ama había ya tirado de las orejas. Entraron todos uno tras otro; unos tímidos; otros atrevidos. Unos graciosos, otros incultos; unos activos, otros torpes; entraron todos, de un modo o de otro. y se formaron veinte parejas, cogidas de la mano y formando un corro. La mitad se adelanta y luego retrocede; éstos se balancean cadenciosamente, aquéllos acompañan el movimiento; después todos empiezan a dar vueltas en redondo varias veces, agrupándose, estrechándose, persiguiéndose unos a otros; la pareja de ancianos nunca está en su sitio; y las parejas jóvenes se apartan rápidamente cuando les han puesto en apuros; en fin, se rompe la cadena y los bailarines se encuentran sin pareja. Después de tan hermoso resultado, el viejo Fezziwig, dando una palmada para suspender el baile, gritó: “Muy bien”, y el violinista metió el ardiente rostro en una olla de cerveza, especialmente preparada para ello. Pero cuando reapareció, desdeñando el reposo; instantáneamente empezó a tocar de nuevo, aunque aun no había bailarines, como si el otro violinista hubiera sido llevado a su casa, exhausto, sobre una contraventana, y éste fuera otro músico resuelto a vencerle o a morir.
Cuando el reloj dio las once, se terminó el baile. El señor y la señora de Fezziwig tomaron posiciones cada uno a un lado de la puerta, y dando apretones de manos a todos conforme iban saliendo, les deseaban felices Pascuas. Cuando todos se hubieron retirado, excepto los dos aprendices, hicieron lo mismo con ellos: y las alegres voces se extinguieron y los muchachos quedaron en sus lechos, que estaban debajo de un mostrador en la trastienda.
Durante todo este tiempo Scrooge había obrado como un hombre que no está en su sano juicio. Su corazón y su alma se hallaban en la escena, con su otro él. Lo reconocía todo, lo recordaba todo, gozaba de todo y sufría la más extraña agitación. Hasta el momento en que los brillantes rostros de su imagen y de Dick desaparecieron. no se acordó del Espectro, y entonces se dio cuenta de que estaba con la mirada fija en él, mientras la luz ardía sobre su cabeza con claridad deslumbradora.
-No merece la pena -dijo él Espectro- que estas simples gentes hagan tantas demostraciones de gratitud.
-¿Cómo? -respondió Scrooge.
El Espíritu le indicó que escuchase a los dos aprendices. cuyos corazones se deshacían en alabanza de Fezzíwíg; y cuando lo hubo hecho. dijo:
-¡Qué! ¿No es verdad? No ha gastado sino algunas libras de vuestra moneda terrena: tres o cuatro quizás. ¿Es eso tanto como para merecer esa alabanza?
-No es eso -dijo Scrooge, disgustado por la observación y hablando inconscientemente como su otro él. no como quien era en realidad-. No es eso, Espíritu. En su mano está hacernos dichosos o infelices, hacer que nuestra tarea sea leve o abrumadora. que sea un placer o una fatiga. ¿Decís que su poder estriba en palabras y miradas, en cosas tan leves e insignificantes que es imposible contarlas? ¿Y qué? La felicidad que nos proporciona es tan grande como si costase una fortuna.
Sintió la mirada del Espíritu, y se detuvo.
-¿Qué os pasa? -preguntó el Espectro.
-Nada de particular -dijo Scrooge.
-Yo creo que os pasa algo -insistió el Espectro.
-No -dijo Scrooge- No. Que me agradaría poder decir algunas palabras a mí dependiente precisamente ahora. Nada más.
Su imagen antigua apagó las lámparas al expresar él aquel deseo y Scrooge y el Espectro halláronse de nuevo uno al lado del otro al aire libre.
-Me queda muy poco tiempo -hizo observar el Espíritu-. ¡Apresuraos!
Tal exclamación no iba dirigida a Scrooge ni a nadie que estuviera presente, pero produjo un efecto inmediato. De nuevo Scrooge contemplóse a sí mismo. Tenía más edad. Estaba en la primavera de la vida. Su cara no tenía las ásperas y rígidas apariencias de los últimos años: pero empezaba a mostrar las señales de la preocupación y de la avaricia. Había en sus ojos una movilidad ardiente, voraz, inquieta, que mostraba la pasión que había arraigado en él y donde haría sombra el árbol que empezaba a crecer.
No estaba solo, sino sentado junto a una hermosa joven vestida de luto, cuyos ojos hallábanse llenos de lágrimas, que lanzaban destellos a la luz que lanzaba el Espectro de la Navidad Pasada.
-Poco importa -decía ella dulcemente–. Para vos, muy poco. Me ha desplazado otro ídolo; pero si al venir puede alegraros y consolaros, como yo había procurado hacerlo, no tengo motivo de disgusto.
-¿Qué ídolo os ha desplazado? -preguntó él.
-Un ídolo de oro.
-He ahí la justicia del mundo -dijo Scrooge-. No hay en él nada tan abrumador como la pobreza, y nada se juzga en él con tanta severidad como la persecución de la riqueza.
-Tenéis demasiado temor a la opinión del mundo -contestó ella con dulzura-. Todas vuestras demás esperanzas se han confundido con la esperanza de poneros a cubierto de su sórdido reproche. Yo he visto desaparecer vuestras más nobles aspiraciones una por una, hasta que la pasión principal, .la Ganancia, os ha absorbido por completo. ¿No es cierto?
-¿Y qué? -replicó él-. Supongamos que me hubiese hecho tan prudente como todo eso; ¿y qué? Para vos yo he cambiado.
Ella meneó la cabeza. -¿He cambiado?
-Nuestro compromiso es antiguo. Lo contrajimos cuando ambos éramos pobres y nos sentíamos contentos de serlo, hasta que consiguiéramos aumentar nuestros bienes terrenales por medio de nuestro paciente trabajo. Habéis cambiado. Cuando. tal cosa ocurrió, erais otro hombre.
-Yo era un muchacho -dijo él con impaciencia.
-Vuestra propia conciencia os dice que no erais lo que sois -replicó ella-. Yo sí. Lo que prometía la felicidad cuando éramos uno en el corazón, es todo tristeza ahora que somos dos. No diré cuántas veces y cuán ardientemente he pensado en ello. Es suficiente que haya pensado en ello y que pueda devolveros la libertad.
-¿He buscado yo alguna vez esa libertad?
-Con palabras, no. Nunca.
-¿Pues con qué?
-Con vuestra naturaleza cambiada; con vuestro espíritu transformado; con la diferente atmósfera en que vivís; con vuestras nuevas esperanzas. Con todo lo que hizo mi amor de algún valor a vuestros ojos. Si nada de eso hubiera existido entre nosotros -dijo la muchacha, mirándole suavemente, pero con firmeza-. decidme: ¿seríaís capaz ahora de solicitarme y de conquistarme? iAh, no!
A pesar suyo, él pareció ceder a la justicia de tal suposición. Pero, haciendo un esfuerzo, dijo:
-No es ése vuestro pensamiento.
-Me causaría júbilo pensar de otro modo si pudiera –contestó ella-. ¿Dios lo sabe! Para convencerme de una verdad como ésa, yo sé cuán fuerte e irresistible tiene que ser. Pero sí fuerais libre hoy, mañana, al otro día, ¿puedo creer que elegiríais una muchacha pobre… vos, que en íntima confianza con ella sólo consideraríais la ganancia, o que, eligiéndola, si por un momento erais lo bastante falso para con vuestros principios al hacerlo así, no sé demasiado que vuestro pesar y vuestro arrepentimiento serían la indudable consecuencia? Lo sé. y os dejo en libertad. Con todo el corazón, pues en otro tiempo os amé, aunque el amor que os tenía haya desaparecido.
Intentó él hablar: pero ella, volviéndole la cara, continuó:
-Tal vez, la experiencia de lo pasado me hace suponerlo, esto os produzca aflicción. Dentro de poco, muy poco tiempo, ahuyentaréis todo recuerdo de ello, alegremente, como se ahuyenta el recuerdo de un sueño desagradable, del cual surge felizmente la alegría de lo que se encuentra al despertar. ¡Ojalá seáis feliz en la vida que habéis elegido!
Y se marchó.
-¿Espíritu -dijo Scrooge-, no me mostréis más cosas! Llevadme a casa. ¿Por qué gozáis torturándome?
-¡Una sombra más! -exclamó el Espectro.
-¡No más! -gritó Scrooge–. ;No más! No quiero verla. ¡No me mostréis más cosas!
Pero el inexorable Espectro le sujetó por ambos brazos y le obligó a presenciar lo que iba a ocurrir inmediatamente.
Se hallaban en otra escena y en otro lugar, no muy amplio ni muy hermoso, pero lleno de comodidad. Cerca de la lumbre propia del .invierno estaba sentada una hermosa muchacha, tan parecida a la anterior, que Scrooge creyó que era la misma, hasta que vio que era una hermosa matrona, sentada enfrente de su propia hija. El ruido en la habitación era verdaderamente tumultuoso, pues había allí tantos muchachos que Scrooge, en su estado de agitación mental, no pudo contarlos, y a diferencia del grupo celebrado en el poema, en vez de ser cuarenta niños silenciosos como si sólo hubiera uno, cada uno de ellos hacia tanto ruido como cuarenta. Las consecuencias eran de lo más ruidoso que se puede imaginar, pero nadie se preocupaba de ello; al contrario, la madre y la hija reían de muy buena gana y se divertían muchísimo con ello; y esta última, empezando pronto, a mezclarse en los juegos, fue hecha prisionera por los pequeños bandidos del modo más despiadado. ¡Qué no habría dado yo por ser uno de ellos! Aunque yo nunca habría sido tan grosero, de ninguna manera. Por todo el oro del mundo no habría yo estrujado sus hermosas trenzas, deshaciéndolas; y respecto de su precioso zapatito, no se lo habría quitado violentamente, así Díos me salve, aunque en ello me fuera la vida. En cuanto a medirle la cintura jugando, como aquellos atrevidos, no me hubiera atrevido a hacerlo, temiendo que en castigo me quedase con el brazo doblado para siempre, a fin de que no pudiera reincidir. Y habríame agradado sobremanera haber tocado sus labios; haberle preguntado algo para hacer que los abriese; haber contemplado las pestañas en sus ojos abatidos, sin producirle nunca rubor; haber dejado sueltas las ondas de cabello, del cual una sola pulgada sería un recuerdo inapreciable; en una palabra, habríame agradado, lo confieso, haber tenido el ágil atrevimiento de un niño, y, sin embargo, haber sido lo bastante hombre para apreciar el valor de tal condición.
Pero de pronto se oyó que llamaban a la puerta, e inmediatamente se produjo tal conmoción, que la matrona, con cara sonriente, se dirigió a abrir la puerta en medio de un grupo jubiloso y alegre que saludó ruidosamente al padre. que llegaba a casa precediendo a un hombre cargado de regalos y juguetes de Navidad. Entonces fueron las aclamaciones y la lucha y el ataque contra el portador indefenso; el asalto sirviéndose de las sillas a modo de escalas, para registrarle los bolsillos, despojarle de los paquetes envueltos en papel de estraza, agarrársele a la corbata, colgársele del cuello, darle golpes en la espalda y puntapiés en las piernas con irrefrenable entusiasmo. ¡Las exclamaciones de admiración y delicia con que era recibido el descubrimiento de cada envoltorio! ¡El terrible anuncio de que el más pequeño había sido sorprendido metíéndose en la boca una sartén de muñeca y era más que probable que se había tragado un pavo de juguete pegado en una peana de madera! ¡El inmenso alivio al saber que sólo era una falsa alarma! ¡La alegría, y la gratitud, y el entusiasmo eran igualmente indescriptibles! Poco a poco. los niños con sus emociones salieron del salón y fueron subiendo por una escalera hasta la parte más alta de la casa, donde se acostaron, y renació la calma.
Entonces Scrooge fijó su atención más atentamente que nunca, cuando el amo de la casa, con su hija cariñosamente apoyada en él, se sentó con ella y junto a su madre, al lado del fuego; y cuando pensó que una criatura como aquélla, tan graciosa y tan llena de promesas, podía haberle llamado padre, convirtiendo en alegría el hosco invierno de su vida, se le nublaron los ojos de lágrimas.
-Hermosa mía -dijo el marido, volviéndose hacia su esposa sonriendo-, esta tarde he visto a un antiguo amigo tuyo.
-¿A quién?
-A ver si lo aciertas.
-¿Cómo puedo acertarlo? No lo sé -añadió riendo, a la vez que reía él-. El señor Scrooge.
-El mismo. Pasé junto a la ventana de su despacho: y como no estaba cerrado aún y tenía una luz en el interior, no pude menos de verle. He oído que su socio hállase a las puertas de la muerte y ahora él se encuentra solo. Completamente solo en el mundo, supongo.
-¡Espíritu -dijo Scrooge, con la voz destrozada-, sacadme de este sitio!
-Ya os dije que éstas eran sombras de las cosas que han sido -dijo el Espectro-. Si ellas son lo que son, no tenéis por qué censurarme.
-¡Llevadme de aquí! –exclamó Scrooge-. ¡No puedo resistirlo!
Volvióse hacia el Espectro, y al ver que le miraba con una cara en la cual aparecían de modo extraordinario fragmentos de todas las caras que le había mostrado, se arrojó sobre él.
-¡Dejadme! ¡Restituidme a mi casa! ¡No me atormentéis más!
En la lucha -si aquello podía llamarse lucha, pues el Espectro, con invisible resistencia por su parte, no se alteró por ninguno de los esfuerzos de su adversario- Scrooge observó que la luz sobre su cabeza brillaba con gran esplendor, y relacionando esto con la influencia que ejercía sobre él, se apoderó del gorro apagador y con un movimiento repentino se lo encasquetó.
El Espíritu se encogió de modo que el apagador cubrió toda su figura; pero aunque Scrooge lo oprimía hacia abajo con toda su fuerza, no podía ocultar la luz, que brotaba de su parte inferior, iluminando esplendorosamente el suelo.
Notó que sus fuerzas se extinguían y que se apoderaba de él una irresistible somnolencia y, además, que se hallaba en su propio dormitorio. Hizo un gran esfuerzo sobre el apagador, con el cual se quebró una mano, y apenas tuvo tiempo de tenderse sobre el lecho, cayendo en un profundo sueño.
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